Comentario
En todas las sociedades las personas o grupos sociales que han controlado la producción de las obras de arte y la arquitectura han sido a la vez las que han ejercido el poder político, económico, religioso o cultural, el caso de las Indias no fue distinto. No sólo religiosos y gobernantes fueron conscientes del poder de la imagen y la utilidad de la arquitectura o las reformas urbanas, sino que -y eso es lo que nos interesa ahora- todo aquel que alcanzó riquezas invirtió gran parte de ellas en obras de arte. Hacerse una gran casa en la ciudad y en una buena zona, adquirir objetos suntuarios como bellos tapices, cuadros, muebles... quizás así no cabría nunca duda alguna sobre la posición alcanzada por sus propietarios en una sociedad que les había visto enriquecerse. Los modelos fueron muchas veces peninsulares para la arquitectura de las grandes casas, si bien en esto como en todo los condicionantes que imponían las características de la tierra -clima, zonas sísmicas, etc. - y los materiales utilizados -el tezontle y la chiluca en México, los azulejos de Puebla, la piedra blanca de Arequipa, las maderas de los balcones de Lima...- dotaron a esta arquitectura de unas peculiaridades cromáticas y constructivas diferentes a las de la vivienda peninsular, aunque en origen los modelos fueran europeos.Por lo que se refiere a la pintura de tema profano, también tuvo en ocasiones un carácter conmemorativo en relación con la trayectoria seguida por una familia, así por ejemplo los cuadros que celebran un matrimonio perpetúan una imagen de los cónyuges que refleja un ascenso social largamente gestado. Las pinturas de tema mitológico, como las que adornaron los muros de alguna casa de Tunja, muestran la cultura de su propietario y el orgullo de poseerla, como signo de diferencia social. La capacidad de apreciar las obras de arte funcionó siempre también como un factor que a los ojos de muchos establecía una diferencia de clases más sutil y que iba más allá de la que proporcionaba la mera riqueza económica. Las peculiaridades de la escuela cuzqueña, de los cuadros de mestizaje que se pintaron para la exportación, o de obras que narran acontecimientos acaecidos en la historia de los virreinatos, hablan de cómo se fue imponiendo un gusto en el que se apreciaba antes la narración y lo reconocible como propio, que modelos lejanos y bellos que nada decían. Por otra parte, el estudio del coleccionismo a través de los inventarios de bienes, en los que aparecen referencias a cuadros mitológicos, de paisaje o de historia, quizá pueda modificar -o confirmar- esta primera impresión de que en los objetos de arte adquiridos por las grandes familias primó cada vez más (no fue lo mismo en el siglo XVI que en el XVIII) un gusto ligado a la propia realidad.